quinta-feira, 18 de novembro de 2010

110 - LA CARTA


Estaba leyendo hoy el libro Historias Misteriosas, de Yazuko Kaizumi y vi como es universal la creencia en fantasmas, vida después de la muerte, reencarnación y otras “creencias”, que por ser indigeribles para la razón, son normalmente y apresuradamente catalogadas como infundadas por el “racionalismo más inflexible”…
Una de las historias principalmente llamó mi atención, titulada Secreto de un Muerto, donde una mujer fallecida reaparece rondando las cosas que cuando estaba viva le pertenecían… Mandan todos los objetos para un templo y así mismo el “fantasma” vuelve a aparecer en el nuevo lugar… Hasta que el superior de los monjes descubre el “secreto”: ¡era una carta de amor que la fallecida recibió en su juventud y la conservaba escondida!… El monje leyó la carta y después la quemó: ¡El “fantasma” nunca más volvió a aparecer!...
Eso me hizo recordar a mi tía Inés, hermana de mi padre, que me consideraba como si yo fuese el hijo que ella nunca tuvo: ¡Ella murió en el Hospicio!... A través de algunas declaraciones de mi padre, llegué a entender el origen de su “desequilibrio psíquico”: ¡Poco tiempo antes de su casamiento, y por “caprichos del destino”, todo se malogró y el casamiento nunca se realizó!...
Esa tía vivía con nosotros, totalmente aislada del mundo, sin nunca salir de casa y casi siempre en su cuarto, este al cual, prácticamente era yo el único que entraba junto con ella…
Con el tiempo empezó a presentar síntomas de desequilibrio mental, hasta que empezó a tener alucinaciones… La cosa llegó al cúmulo, cuando empezó a andar con un hacha siempre a mano, diciendo que había gente queriendo matar a aquél antiguo novio de su juventud y a su propio hermano (mi padre)… Ahí fue el momento en que mi padre, siguiendo consejos de otros familiares, la internó en el hospicio (yo tenía en la época 18 años aproximadamente).
Algún tiempo después, revolviendo entre sus cosas, yo encontré una carta vieja (con fecha de unos treinta años antes) que completaba mejor lo que ya sabía a respecto de aquélla tía: En esa carta un hombre (el novio de mi tía) pedía perdón a mi tía y a mis abuelos, por un desliz que había cometido (el era guardia civil y había sido destinado a vivir en una ciudad distante, donde iría a “arreglar las cosas” lo más rápido posible, para casar con mi tía y llevarla junto con él)… En la carta decía que se había envuelto en un relacionamiento injustificable con otra mujer, y una nueva vida estaba llegando como fruto de aquél “amor prohibido”… El “sentido del deber” le decía que su primer responsabilidad había pasado a ser con aquélla nueva vida que estaba para nacer… Con bellas y doloridas palabras el hombre explicaba su drama, y su “caída” en la tentación, y pedía perdón por el mal que había hecho, a aquéllos a los cuales mejor quería en este mundo: a mi tía y mis abuelos…
El origen del drama vivido por mi tía y que la llevó a la locura, estaba explicado: El aislamiento en que yo siempre la conocí, la deterioración paulatina de su lucidez, el aparecimiento final de fantasmas que ella solo veía y oía…
Durante mucho tiempo (y sin duda de forma insana) guardé en mi poder aquélla carta… Yo no tuve la lucidez del monje de la historia que hoy leí, pero el destino me llevó a dar a aquélla carta el mismo fin que el monje dio a aquélla otra carta que a sus manos llegó: Conté a mi amigo más íntimo, Pocholo, sobre la existencia de aquélla carta, y él me aconsejó a quemarla y no contar a nadie más sobre la existencia de ella…
Ese amigo era un sujeto extremamente extrovertido, siempre con un chiste en la punta de la lengua para hacer reír a quien se lo encontraba por el camino… Ya lo vi algunas veces se presentar con un estilo diferente de ser, rudo y peleón, especialmente en el Servicio Militar (el era un año más viejo que yo) donde era Cabo y fue mi instructor: ¡El quedó con mala fama entre los reclutas, pues trataba éstos con mucha severidad y hasta rudeza!... ¡Yo era por aquéllos tiempos la excepción, pues a mí me trataba como si fuese “mi madre”!...
Ese mi amigo, “chistoso y peleón”, en el caso de “La Carta de mi Tía”, demostró tener una “sabiduría humanística” que a mí me faltaba… Él equivale por el papel que desempeñó, al monje de la historia que hoy leí…
Un detalle más sobre esa historia: cuando yo trabajaba como operario en la Fundición, oí a otro trabajador (un poco más joven que mi padre) referirse a “mi tía y su historia” de una forma tan infame y falseada, que creo que se justifica que yo venga a contarla públicamente y de la forma como verdaderamente ocurrió… Espero que mi tía, donde quiera que ella se encuentre ahora, no se enfade conmigo por contar su historia y su secreto… En realidad espero de ella que sea lo contrario!...
Numazu – shi, Japón – 22 / V / 2001.

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